Me siento frente a la computadora, hoja en blanco, en la habitación de nuestro departamento que, previo a esta pandemia teníamos disponible para recibir familiares y amistades, ahora devenida en oficina desde la fecha en que comenzó la cuarentena. Hace algo así como 67 días que el modo de vivir en Buenos Aires ha cambiado rotundamente, modificando las costumbres y rutinas personales y laborales. Es en este contexto en el que me toca escribir estas líneas en las que de alguna manera intentaré resumir o, mejor dicho, transmitir algo de lo que ha sido mi maravillosa experiencia de casi 9 años como parte del equipo de Wingu.
Conocí a Wingu desde antes de ser parte del equipo. Colaboraba con Fundación Casa Rafael, que apoya (y sigue haciendo una enorme obra) a chicos y chicas en el barrio de La Boca (Buenos Aires), dándoles clases de arte, inspirándose en la idea de la resiliencia. Un día, la directora de la fundación me comentó que existía una organización que estaba haciendo cosas muy interesantes y fue así como llegué, en 2011, a un taller de CRM brindado por Wingu.
Ya desde ese taller, me gustó de Wingu el cómo transmitían aquello que querían compartir con otras ONG. Había algo de “hacer fácil lo difícil” y también de cercanía. De llegar las personas de manera horizontal, sincera, con desparpajo, como un mensaje de “probá que no se va a romper”. Fue por eso que cuando vi el aviso en Idealistas.org no dudé en enviar mi CV. Entré a Wingu como estudiante de Antropología Social, curioso, algo idealista, con más pelo y con muchas ganas de aportar mi granito de arena a ideas, iniciativas o proyectos que cambiaran y mejoraran las condiciones de vida de las personas.
En esos momentos, éramos un equipo de seis personas en una oficina sin divisiones en Villa Crespo: se escuchaban absolutamente todas las reuniones y capacitaciones que se hacían en ese espacio, ergo, la curva de aprendizaje se tornaba super acelerada. Todo estaba por hacerse. La adrenalina era constante y el trabajo se convertía en algo divertido, desafiante, motivante y a veces algo desorganizado. También en 2012 era difícil contar qué era la nube (Wingu quiere decir «nube» en Swahili) y creo que mi abuelo nunca entendió qué era lo que yo hacía.
Hice la cuenta de los días que pasaron desde que empecé a trabajar en Wingu hasta el día de hoy: fueron algo así como 3066 días. Vale la pena también repasar los logros alcanzados a lo largo de estos días, meses y años. Tuvimos la posibilidad de hacer crecer a la organización a nivel regional y hoy contamos con oficinas y equipos consolidados en Argentina, México y Colombia y proyectos en toda América Latina. Conocimos personas increíbles con las que forjamos hermosas amistades del sector empresarial, académico, estatal así como también del diverso y extremadamente heterogéneo sector social. Participamos de proyectos de distinta escala, pequeños, medianos, grandes, a distancia, presenciales, locales, regionales e internacionales. Probamos distintas tecnologías, nos equivocamos y aprendimos. Generamos iniciativas desde el corazón de Wingu, como el FITS, Donar Online, Kubadili y la misma Civic House (para nombrar algunas de las que funcionaron, jeje). También acompañamos a miles de asociaciones civiles, clubes, emprendedores sociales, fundaciones, comedores, empresas B, entidades gubernamentales o simplemente gente con ideas sorprendentes en la incorporación de herramientas digitales.
Quiero agradecer a muchas personas y es injusto nombrar solamente a algunas, pero se me hace necesario agradecer especialmente a Rosario González Morón y Mario Roset, quienes creyeron en mí en aquella primera entrevista. También a Carolina Barada, una número uno con quien asumimos la Co Dirección Ejecutiva de Wingu en septiembre de 2017 y quien seguirá liderando esta organización hacia nuevos desafíos y retos. También a esa Comisión Directiva super activa y presente cuando se la necesita y a todas las iniciativas de Civic House.
Párrafo aparte para todos los equipos de personas asombrosas que pasaron por Wingu. A través de estos años consolidamos un equipo de profesionales que, en distintas camadas y momentos, tuvieron y tienen un compromiso incomparable, con el que se logran aquellas cosas que en un principio son inimaginables. A ellos y ellas, un afectuoso agradecimiento.
De chico me gustaban los puentes. A eso de los 9 años pensaba en estudiar Ingeniería Civil para lograr hacer uno por mí mismo. Después, conocí el álgebra y el análisis matemático y mi idea se frustró. Creo que Wingu es como un puente y seguirá siendo ese espacio que conecta mundos distintos, diversos, fascinantes, donde lo social se enlaza con lo digital y lo seguirá haciendo desde un lugar de par, en el que más allá de aquello que se transmita, se valore el cómo se hace. Me llevo una mochila enorme repleta de aprendizajes, experiencias, amistades y agradecimientos que llevaré conmigo de hoy en adelante en nuevos desafíos profesionales.
Gracias!!!
Mariano Malia